Nikola Tesla nació en 1856 en la aldea de Smiljan, por entonces Imperio Austrohúngaro y hoy en la zona de mayoría serbia de Croacia. Desde niño Tesla dio ejemplos de una prodigiosa inventiva. Entre sus diseños infantiles, se destaca uno por ser especialmente imaginativo, una cinta que permanecería inmóvil sobre el ecuador, que rodearía totalmente la Tierra y que permitiría, a quien se subiera a ella, desplazarse a 1.700 kilómetros por hora.
Comenzó a desempeñar trabajos prácticos en varios lugares de Europa. Un día, mientras paseaba por un parque de Budapest, tuvo la visión del diseño del motor polifásico de inducción, una sencilla forma de aprovechar el fenómeno descubierto décadas antes por Faraday, y que hoy sigue haciendo funcionar la mayor parte de los motores eléctricos.
Sin embargo, era difícil encontrar financiación para llevar adelante su idea, y no es de extrañar que su mirada se dirigiera hacia quien por entonces deslumbraba al mundo, Thomas Alva Edison. Así, con 27 años y unos pocos dólares en el bolsillo, Tesla emigró a Nueva York y al bajarse del barco, fue a ver a Edison y este lo contrató, basándose en las recomendaciones que traía consigo. Sin embargo, la conexión Edison-Tesla falló desde el primer momento. Edison acababa de inventar la lámpara incandescente y se hallaba empeñado en sustituir el alumbrado de gas por el eléctrico. Pero se empantanaba una y otra vez por su apuesta por la corriente continua, un diseño tremendamente ineficaz que derrochaba gran parte de la energía en forma de calor.
Frente a este sistema, Tesla había ideado el suyo propio, basado en la corriente alterna (frente a la corriente continua, aquí la corriente va cambiando de sentido de circulación constantemente), del que estaba convencido que permitiría resolver todos esos problemas. Pero Edison se negó a aceptar sus ideas, bien por ego, bien porque eso suponía dar por perdida la fortuna que ya había gastado. A los pocos meses de entrar a trabajar para Edison, Tesla se despidió y tuvo que aceptar trabajos como peón en las muchas obras de la ciudad para sobrevivir.
Pero con sus casi dos metros de altura y su exquisito acento (hablaba de seis a doce lenguas, según la fuente consultada) difícilmente podía pasar desapercibido. Sus ideas llegaron a los oídos de posibles inversores, que acabaron buscándolo para una presentación pública de sus ideas en 1888. Entre los oyentes se encontraba George Westinghouse y su época dorada comenzó con esta alianza. Westinghouse le aportó la financiación que tanto necesitaba. Fue entonces donde comenzó la conocida “guerra de las corrientes” entre Edison y Tesla, durante la cual Edison intentó repetidamente desacreditar la corriente alterna, pues él estaba a favor de la corriente continua. Dentro de sus esfuerzos por derrotar a Tesla llegó a electrocutar perros y gatos para demostrar su peligrosidad e incluso a sufragar el diseño de la silla eléctrica, alimentada, por supuesto, por corriente alterna.
A pesar de ello, fueron Tesla y Westinghouse los ganadores de esta batalla, consiguiendo en 1893 el encargo de iluminar la Feria Colombina de Chicago. Su brillante alumbrado cautivó al mundo y les proporcionó el contrato para la construcción de la central eléctrica de Niágara, la mayor obra de ingeniería del momento. En el discurso de inauguración, Tesla, en lugar de hablar sobre la central, habló sobre lo que constituía su nueva línea de investigación: la transmisión inalámbrica de señales y energía.
Tesla se encuentra absorbido por la investigación de las posibilidades de la transmisión inalámbrica de energía, que demostraría en su laboratorio mediante el encendido de lámparas fluorescentes a partir de la electricidad ambiental emitida por las bobinas de su invención. Sus investigaciones abren la puerta a la radio, como demostraría exitosamente Marconi en 1901 a través del pirateo de diecisiete de sus patentes.
Tesla invierte prácticamente toda su fortuna en la construcción de un laboratorio en Colorado Springs donde, en 1899, tiene éxito en el envío de una gran cantidad de energía a través de la corteza terrestre, utilizando el fenómeno de la resonancia electromagnética, e iluminando bombillas incrustadas en el suelo y situadas a varias millas de distancia. También afirma haber recibido señales inteligentes que él considera procedentes de Marte, lo que comienza a granjearle una cierta fama de loco.
Sin embargo, aún es capaz de conseguir de J.P. Morgan, el mayor financiero del país y artífice de la formación del conglomerado industrial que convertiría a Estados Unidos en la gran potencia del siguiente siglo, financiación para un proyecto más ambicioso, la construcción en Wardenclyffe, Long Island, de la primera de una serie de torres que servirían para la transmisión de energía, información e imágenes por todo el mundo. Pero el éxito de Marconi, el disparo del presupuesto y, en definitiva, que Morgan se dio cuenta de que el sistema derivaría en una distribución gratuita de la electricidad, termina dando al traste con el proyecto.
La torre fue derribada en la Primera Guerra Mundial por temor a que sirviera como arma para los alemanes, y Tesla cayó prácticamente en la ruina. Fue rodando de hotel en hotel, cada vez de menor nivel, y su nombre comenzó a ser olvidado. Desapareció de los manuales y de la memoria colectiva, aunque aún vivió varias décadas, hasta 1943. Por entonces era un viejo maniático al que sólo tomaban en serio un puñado de fieles, y que en sus escritos seguía apuntando inventos de escasa repercusión pero que sólo más tarde han sido retomados, como un aparato de despegue vertical o una turbina de bajo coste energético. Pero ya nadie le escuchaba, por más que, pocos meses después de morir, el Tribunal Supremo de Estados Unidos le reconociese la paternidad de la radio, en detrimento de Marconi. Aunque, en medio de una guerra que estaba desarrollándose por todo el planeta y en pleno amanecer de la era atómica, a nadie pareció importarle.